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martes, 22 de febrero de 2011

El futuro de la ganadería argentina

Ing.Agr. Daniel Rearte
Coordinador Programa Nacional de
Investigación Carne y Leche - INTA


El crecimiento de la soja en Argentina ha provocado grandes cambios, no sólo en la balanza comercial sino en el contexto agropecuario total del país. La coparticipación de la región pampeana por parte de la agricultura y la ganadería hace que esta última no pueda abstraerse del avance de aquélla. La diferencia de rentabilidad actual de ambas actividades podría llevar a pensar que difícilmente la producción de carne pueda tener un gran crecimiento mientras se mantenga la demanda y el precio que hoy tiene en el mercado internacional el “cultivo divisa”.
Sin embargo son varios los factores que definen la producción de carne en el país lo que hace que el tema merezca un análisis más pormenorizado. La superficie destinada a la soja tuvo en los últimos años un incremento sin precedentes en la mayoría de las provincias de la pampa húmeda, sin embargo no en todas lo hizo de la misma manera.



Mientras en la provincia de Buenos Aires se observa un gran avance sobre suelos que generalmente se destinaban a otros cultivos como girasol y maíz, en las provincia de Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos dicho avance se da en gran medida sobre superficie de menor aptitud agrícola, tradicionalmente dedicada a ganadería.
Con tal dinámica del cultivo de soja, cabe preguntarse qué está ocurriendo con nuestro stock nacional. Si bien no se cuenta con una fuente estadística que merezca absoluta confiabilidad existen estimaciones que pueden informar al respecto. El último censo agropecuario arroja una cifra de 48 millones de cabezas, valor que de ser cierto y teniendo en cuenta que en nuestro país se faenan unos 13 millones de cabeza, estaríamos con una tasa de extracción superior al 27%, valor muy superior al que venía teniendo nuestro país en los últimos años. Considerando los bajos porcentajes de destete que aún tienen nuestros rodeos, es imposible que ello ocurra, o sea que las cifras del Censo subestiman el stock. Por otro lado las cifras que surgen del control de las vacunaciones del Programa Aftosa estiman un stock de 58 millones de cabeza, las cuales sin dudas están sobrestimadas a causa de la doble y hasta en algunos casos triples vacunaciones. En conclusión lo único que se puede hacer es estimar el stock a partir de lo faenado y de la tasa de extracción calculada a partir de la proporción de terneros y vacas que arrojan las encuestas, arribándose a una cifra intermedia que nos dice que el stock estaría en el orden de los 52-54 millones de cabezas. Esto significa que por el momento el achicamiento de la superficie ganadera ocurrido en los últimos años no habría debilitado en gran medida nuestro potencial ganadero.
Analizando la distribución territorial actual y comparándola con la de la década anterior tampoco se observan grandes cambios. La pampa húmeda sigue albergando al 60% del rodeo con 6 millones de cabezas es decir sólo un millón menos que hace 6 años (millón que fue desplazado a la Región Semiárida), pero distribuida en una menor superficie, es decir que la ganadería nacional se ha mantenido porque se ha intensificado.
Esto es muy evidente en la invernada donde los índices de productividad son muy superiores a los de años atrás. Hoy los sistemas han dejado de ser puramente pastoriles y si bien continúan teniendo al forraje proveniente de pasturas y verdeos como importantes componentes de la dieta, la suplementación con silo de maíz y concentrado y la inclusión de cortos períodos de encierre a corral, ha permitido aumentar la carga y consecuentemente la productividad por hectárea.
La cría aunque en menor escala también ha experimentado aumentos de carga y mejoras en sus parámetros productivos. Analizando las distintas regiones de la pampa húmeda, se comprueba un desplazamiento de hacienda hacia las regiones netamente ganaderas. La Cuenca del Salado, que tradicionalmente albergaba un 20% del stock de la Región, hoy contiene el 22% de los vacunos por estar recibiendo hacienda de la zona mixta que es donde más se expanden los cultivos.





En dicha cuenca la tasa de destete promedia el 70-75% o sea que ha mejorado en más de 10 puntos los valores que durante décadas caracterizaron a la región. Pero teniendo en cuenta el potencial productivo de los pastizales y pasturas de la cuenca, dicha cifra sigue siendo baja y factible de mejorar. El desplazamiento de vacunos de la región mixta de la pampa húmeda a la región ganadera es muy probable que continúe por lo que el mantenimiento del stock ganadero dependerá de la capacidad de respuesta que se encuentre en la región ganadera.
Pero no sólo en la región pampeana existen vacas. El NEA, segunda región ganadera del país, sigue albergando al 20% del stock ganadero nacional con casi 12 millones y medio de cabezas a pesar de haber experimentado también el avance de la soja. Si bien la provincia de Corrientes aparece como la más ganadera del NEA, no es menor la importancia del norte santafecino. Esta provincia, siendo una de las más “sojizadas” no ha visto reducido su stock ganadero, lo que evidencia también un incremento en la concentración de hacienda. Idéntica situación se da en el sur de Entre Ríos donde a pesar de haberse reducido la superficie ganadera a causa de la soja, hoy el stock ganadero se ve aumentado.
Si bien la producción de carne estará condicionada al número de vientres, es la tasa de procreo la que en definitiva definirá su tasa de extracción, siendo precisamente en el NEA donde el tamaño del stock pierde relevancia al analizar su productividad. En esta región existen 5.27 millones de vacas pero que producen al año sólo 2.5 millones de terneros. Con un porcentaje de destete promedio que no supera el 48%, pero con algunos productores que ya lograron marcaciones del 80%, no hay dudas de que esta Región se presenta con un gran potencial para incrementar su producción de terneros. Idéntico cuadro de ineficiencia se da en el NOA y en la Región semiárida que en conjunto contienen otro 20% del stock nacional.
Como puede verse el potencial para incrementar la producción de carne en el país existe pero con características muy particulares según la región de que se trate. Lo que es improbable es que el incremento de producción provenga de un crecimiento del stock y menos aún cuando se está en un proceso de avance de la agricultura no ya solamente en la región tradicionalmente agrícola del país, sino en las regiones extrapampeanas.
Sobre el mapa de la distribución regional de los vacunos en el país e hipotetizando sobre posibles aumentos en las tasas de procreo vemos que con sólo pasar del 48% del destete actual en el NEA a un 70%, significaría un incremento superior al millón de terneros. Lo mismo ocurriría con un incremento de 10 puntos en la Cuenca del Salado, es decir que lo que faltan no son vacas sino son los terneros que las vacas que ya tenemos no producen. Si se lograsen estos incrementos de productividad, se lograrían producir cerca de 16 millones de terneros al año, pasándose de una tasa de extracción nacional de 24.5 a 29%, valor por otra parte, que sigue siendo inferior al que hoy tiene Australia.






Pero veamos qué impacto tendrían estas mejoras productivas en la producción nacional de carnes y en los volúmenes exportables. Hoy con unos 52 millones de cabezas, con una tasa de extracción estimada de 24-25%, un peso de faena promedio de 350-360 kg (peso que año tras año baja en lugar de aumentar, porque sigue resultando menos rentable producir novillos pesados) se producen no más de 2 millones y medio de tonelada. Con un consumo interno estable y firme que difícilmente baje de los 60 kg per cápita al año, no quedan más de 300-350 mil toneladas para exportar. Imaginando un escenario futuro donde la agricultura siga quitándole terreno a la ganadería, podría pensarse en una caída real del stock a valores más acordes con la disponibilidad de tierra. Fijando esa cifra por ejemplo en los 48 millones de cabezas que hoy arroja el Censo Agropecuario, en caso de que no cambiase nada y se mantuviese la actual tasa de extracción y peso de faena, la producción nacional caería a 2.3 millones de toneladas o sea con un remanente para la exportación casi nulo. Por el contrario si se lograse mejorar la eficiencia productiva al valor pretendido es decir una tasa de extracción del 29%, la producción lograda sería de 2.7 millones de toneladas o sea que satisfaciendo el consumo local existirían cerca de medio millón de toneladas para colocar en el exterior, volumen similar al logrado en 1995 y record de los últimos años.
Limitándonos a este análisis se concluiría en que el país no tendría muchas posibilidades de lograr el gran incremento de divisas que se pretende a través de la exportación de carnes, pero ello es erróneo. El ingreso de divisas dependerá no sólo del volumen de carne exportable sino del valor que se obtenga por lo que se vende y es allí donde aparece el gran potencial que Argentina tiene en el negocio de la carne. De nada serviría duplicar las exportaciones si se siguen obteniendo los 1300 dólares por toneladas con que se exporta en la actualidad. La aftosa afortunadamente está a tiro de ser controlada (por otra parte si ello no ocurre olvidémonos de pretender protagonismo internacional con nuestras carnes), lo que hará que aparezcan definitivamente los mercados que realmente interesan con precios muy superiores a los actuales. Australia, principal país competidor en el mercado de carnes, exporta cortes frescos a Japón a 4.000 dólares la tonelada. Uruguay una vez reconocido su status sanitario libre de aftosa, acaba de concretar ventas a USA con precios que duplican los que tradicionalmente lograba con sus ventas al exterior. Pero estos mercados ya no demandan simple carne vacuna sino tipos específicos de carnes, lo que significa que además de contar con su trazabilidad, los cortes deberán asegurar las características organolépticas, sensoriales, y la composición química y nutricional que cada importador exija. Pocos países por no decir ninguno tienen las posibilidades de Argentina para ofrecer tanta diversidad de carnes, aunque para lograrlo habrá que trabajar coordinadamente en todos los eslabones de la cadena, tanto en la producción de dicha carne, como en su comercialización, transporte y faena, procesamiento, presentación, etc. etc.
Argentina tiene la ventaja de contar con un sistema de producción pastoril que permite la obtención de una carne que además de ser reconocida internacionalmente por su calidad expresada en terneza, jugosidad y demás características organolépticas, es de alto valor nutracéutico (contenido de nutrientes con efectos beneficiosos para la salud humana), justamente lo que hoy prioriza el mercado de alimentos. Por otro lado, tampoco existen muchos países que cuenten con granos de cereales de tan bajo costo, lo que asegura competitividad también en la producción de carne en base a granos para aquellos mercados que los demanden.
Otro tema en que los sistemas productivos de nuestro país obtienen ventajas competitivas es en el de la sustentabilidad ambiental. El tipo de intensificación implementado en nuestro país en la última década no sólo no afecta el medio ambiente y los recursos naturales sino que incrementa su sustentabilidad. Analizando por ejemplo el flujo del nitrógeno y el fósforo en el sistema de producción (tema que tanta consideración tiene hoy en el Hemisferio Norte como consecuencia de una incorporación incontrolada de agroquímicos durante décadas al sistema), vemos que los moderados niveles de fertilizantes aplicados en nuestros sistemas pastoriles intensificados no sólo no son excesivos sino que reponen al sistema parte de lo que se extrae cada vez que se saca un animal del campo. Es decir los sistemas pastoriles intensificados actuales son más sustentables y amigables con el medio ambiente que los tradicionales pastoriles del pasado, donde la no fertilización de los campos le daba a la actividad características más mineras que productivas.
Similar situación se presenta con la responsabilidad que le cabe a los vacunos en la producción de gas metano y sus efectos en el recalentamiento del planeta. Los rumiantes son después de la explotación minera, la principal fuente de contaminación ambiental con metano sin embargo su producción está condicionada a la calidad de la dieta siendo menor a medida que aumenta su digestibilidad. Esto significa que los novillos producidos sobre pasturas de alta calidad y suplementados con silo de maíz o concentrado, generan una menor producción de metano que los producidos solo a pasto o sobre pasturas de inferior calidad.
Concluyendo se puede decir que Argentina cuenta con todas las condiciones para crecer en el negocio de la carne. Quizás no lo haga con grandes volúmenes como ocurre con Brasil, pero sí lo podría hacer a través de la colocación de cortes de altos precios, con mayor valor agregado, provenientes de sistemas de producción identificados y comprobados en su sustentabilidad ambiental.
El tema de trazabilidad, calidad y mercados es impostergable, pero también lo es el de incrementar la producción que garantice el máximo saldo exportable.
En los últimos años la superficie ganadera se ha visto reducida y quizás lo siga haciendo, pero esto no debe verse como un obstáculo al crecimiento del sector. El real enemigo de la ganadería argentina no es la soja sino la baja tasa de extracción que hoy mantiene nuestro rodeo. Vacas no faltan, pero sí terneros y si no se logra un incremento de éstos difícilmente se puedan satisfacer los mercados que a corto o mediano plazo pueden aparecer y a los que durante tanto tiempo estuvimos esperando.

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